Presente lo tengo yo

Ya se casó; ya se amoló

Ya se casó; ya se amoló
Periodismo
Mayo 27, 2020 21:37 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ‘Catón’ › guerrerohabla.com



Los hombres -todos los hombres- dicen:

-No entiendo a las mujeres.

Las mujeres -todas las mujeres- dicen:

-No entiendo a los hombres.

Los dos, mujeres y hombres, tienen la razón: no se pueden entender. Lo que sucede es que el hombre y la mujer no están hechos para entenderse, sino para amarse, y el amor no se lleva bien con el entendimiento.

Esa introducción me sirve para contar lo que le sucedió a una señora de la cuadra. ¿Qué es ’la cuadra’? La cuadra es la comunidad de vecinos que viven de una esquina hasta la otra en la calle de una colonia. No una colonia nueva, ni rica, sino una colonia de las de antes, y de clase media. En esta clase de colonias los vecinos todavía se conocen y se tratan. Son como una familia, y saben por eso lo que sucede en la vida de cada quien. En cambio los que viven en las otras colonias, las nuevas y de lujo, muchas veces ni siquiera se dan los buenos días.

Pues, bien. Una señora de la cuadra en cierta colonia de Saltillo se había divorciado de su esposo. Y es que lo pescó un día en la Alameda, muy acaramelado con una fulana. Ya le habían dicho que el casquivano tipo andaba en malos pasos, pero ella no lo quería creer. Un día, sin embargo, cierta amiga suya le habló por teléfono -las amigas gustan mucho de dar esas noticias-, y le dijo que en ese preciso instante su esposo y una mujer estaban como novios en una banca del hermoso parque. La esposa tomó un carro de sitio -entonces no se decía ’taxi’- y llegó a tiempo para ver a la parejita en el momento preciso en que unían sus bocas en un beso de amor.

-¡Desgraciada! -le gritó la esposa a la mujer-. ¡Este hombre es mi marido!

-¡Desgraciado! -le gritó la mujer al hombre-. ¡No me dijiste que eras casado!

Se armó la de Dios es Cristo. Esa noche el esposo ya no durmió en el domicilio conyugal. Días después fue por sus cosas, y aquí se rompió una taza. Vino el divorcio, y punto final.

Más bien: punto y seguido. Ella se quedó en su casa (no habían tenido hijos); buscó un trabajo, y empezó a vivir su vida de mujer independiente. Sus vecinas y amigas la admiraban. Vestía muy bien; tenía coche, y se decía que no le faltaban galanes. En aquellos años en que no existía la liberación femenina esta mujer estaba por completo liberada. Hacía lo que le daba la gana, y cuando le venía en gana. A nadie daba cuenta de sus actos. Toda la cuadra le guardaba consideraciones; los hombres la codiciaban en secreto, y las mujeres, en secreto, la envidiaban.

Pasaron dos, tres años. Un día hubo novedad en la cuadra. La divorciada contó que su ex marido le había hablado por teléfono para pedirle una cita. Ella le dijo que lo pensaría.

-¿Cómo ven? -preguntó a las tres o cuatro vecinas que acudieron para enterarse del asunto-. ¿Hablaré con él?

-Ve a ver qué quiere -dictaminaron las vecinas en acuerdo unánime-. Total ¿qué pierdes?

Perdió mucho, lo digo desde ahora. Pero no quiero adelantarme. Ni puedo, tampoco, porque el espacio se me acaba ya. Sólo diré que ese consejo de ’la cuadra’ fue el peor consejo que la joven señora pudo recibir.
Mañana contaré por qué.

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