’Catón’

Dos señorones originarios de Tabasco: Carlos Pellicer, el poeta

Dos señorones originarios de Tabasco: Carlos Pellicer, el poeta
Periodismo
Marzo 27, 2020 20:58 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

El primer señor es don Francisco J. Santamaría, gobernador de Tabasco. El otro se llama Carlos Pellicer. Es un poeta.

Don Carlos Pellicer tiene unas tías en Villahermosa. Esas tías viven en una casa de alquiler. De alquiler antes de que llegaran ellas, pues ahora no lo pagan. La casa, entonces, ha dejado de ser casa de renta, pues ninguna renta da. El propietario de la finca ha pedido en todos los tonos el pago del arrendamiento, pero las inquilinas son tías de su sobrino, es decir de Carlos Pellicer, y fiadas en el valimiento que tiene en todas partes el poeta se niegan a pagar lo que deben.

Esa es una mala negativa. Para alguien que puede, siempre hay alguien que puede más. El dueño de la casa va con el gobernador don Francisco y le hace la relación de su problema: las tías del señor Pellicer no le quieren pagar la renta. El señor Santamaría no quiere bien a Pellicer. Le dice al arrendador que él no puede intervenir en un asunto entre particulares. El asunto pertenece a la competencia de los jueces.

-¿Me autoriza usted entonces, señor Gobernador, a presentar una demanda judicial contra las tías de don Carlos?

-Está usted en su derecho, señor mío.

-Sólo eso esperaba que me dijera usted, don Pancho. Muchas gracias.

De ahí se dirigió el propietario al bufete de un abogado conocido, y éste inició ipso facto un juicio sumario de desahucio. Cuando la notificación correspondiente les llegó a las tías de Pellicer éstas pusieron el grito en el cielo. El cielo era para ellas su sobrino. Y fue el sobrino a hablar con el gobernador Santamaría, y le pidió su intervención a fin de que aquel juicio no se llevara a cabo. Don Francisco le prometió que intervendría. Pero no lo hizo. Se le olvidó el asunto -otras cosas tenía en la cabeza-, o no quiso meter las manos en defensa de las parientas de aquel a quien veía mal. El caso es que un buen día un grupo de gendarmes se presentó en la casa de las tías y las puso en la calle con todas sus chivas, como se dice.

Gemebundas y furiosas a la vez las tías corrieron a darle la queja a Pellicer. Y éste corrió a su vez, hecho un basilisco, a la Casa de Gobierno. (En Villahermosa no hay Palacio, pues ese término le desagradaba a Tomás Garrido Canabal. Hay Casa, nada más). Sin anunciarse con el ujier irrumpió el poeta en el despacho del Gobernador. Pellicer era muy delicado de modales, pero paradójicamente tenía una voz sonora y muy potente, como de cañón. Santamaría en cambio, que era hombre rudo de modales y de carácter fuerte, hablaba con voz aflautada, de tiple, mujeril. Con su vozarrón de trueno le gritó desde la puerta Pellicer a don Francisco:

-¡Chingue usté a su madre!

Santamaría, que en ese instante hablaba con un grupo de solicitantes, quedó estupefacto al oír ese dicterio de tan grande peso dedicado a él. Hombre que no aguantaba insultos se levantó de su sillón para ir hacia su ofensor. Pero Pellicer había salido ya dando un portazo, e iba por la escalera que conducía al primero piso. No lo pudo alcanzar el señor Gobernador. Corriendo regresó don Pancho a su oficina y salió al balcón que daba a la calle. En ese momento la iba atravesando Pellicer. Desde el balcón le gritó tres veces Santamaría al poeta con su voz aguda y atiplada:

-¡Choto, choto, choto!

En lenguaje vernáculo de Tabasco la palabra ’choto’ significa puto.

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